
Los apóstoles, todos ellos judíos, como el propio Jesús, vivieron tiempos difíciles y maravillosos cuando se vieron llamados a colaborar personalmente con el proyecto salvífico que el mismísimo Dios le había asignado a su hijoJesús. Debieron ser grandes personas, pero de lo que no cabe duda es de que mostraron un escasísimo interés -o más bien negligencia grave- en velar porque su valioso e irrepetible testimonio quedara plasmado sobre documentos que recordaran por siempre al mundo aquello que fue y ya no volverá a ser hasta el fin de los tie
No olvidemos que en el entorno geográfico en el que sucedieron esos hechos el ser humano ya había descubierto la escritura hacía más de tres mil años. Pero de la propia mano de los apóstoles apenas salió una mota de polvo frente al casi infinito huracán de escritos que acabarían levantando el caso de Jesús, el Mesías de los Judíos.
Resulta insólito. Casi tanto como el hecho de que un hombre tan consciente de su misión, como parece haberlo sido Jesús, no dejara escrita ni una sola línea; aunque esto último podría resultar plausible si consideramos que su vida pública se redujo a un período de apenas dos años en el que, por lo que parece, debió de llevanr una actividad febril.
El teólogo católico Raimón Panikkar apunta otra posibilidad, menos plausible, pero mucho más bella, cuando dice que: "el cristianismo no es una religión del libro, sino de la Palabra, la Palabra viva, el Logos encarnado que tuvo la ironía de no dejarnos apenas rastro de sus alocuciones para que no cayéramos en la tentación de identificarlo con las frases más o menos brillantes que hubiera podido decir" (Raimón Panikkar, "El conflicto de eclesiologías: hacia un concilio de Jerusalen II" "Tiempo de Hablar" -56-57-, p. 34).
Lo primero que nos llama la atención cuando nos acercamos al Nuevo Testamento resulta lo tardíos que son sus textos -no se empezaron a componer hasta el último cuarto del Siglo I D.C. y primero del II D.C. (con excepción de las epístolas de Pablo, datadas entre el 51 y

El Evangelio de Marcos es el documento más antiguo sobre la vida deJesús de cuantos se dispone, pero Marcos ni fue discípulo de Jesús ni le conoció directamente sino a través de lo que, tras la crucifixión, le oyó relatar públicamente a Pedro.
El Evangelio de Lucas y los Hechos, del mismo autor, son los documentos fundamentales para conocer el origen y desarrollo de la Iglesia primitiva, pero resulta que Lucas, que tampoco fue apóstol, tam

Mateo sí fue apóstol, pero una parte de su Evangelio lo tomó de documentos previos que habían sido elaborados por Marcos (no apóstol). Queda Juan Zebedeo, claro, que ése sí fue apóstol... pero resulta que el Evangelio de Juan y Apocalipsis no son obras de éste sino de otro Juan; fueron escritos por un tal Juan el Anciano (de Patmos), un griego cristiano que se ba

La sustancial aportación doctrinal de las Epístolas de Pablo resulta que proviene de otro no testigo que, además, acabó imponiendo unas doctrinas que eran totalmente ajenas al mensaje original deJesús. Pedro, el jefe de los discípulos y "piedra" sobre la que se edificó la Iglesia, no escribió más que dos Epístolas de puro trámite -la segunda de las cuales es pseudoepigráfica, eso es redactada por otro- que no representan más que un 2 % de todos los textos neotestamentarios. Santiago, hermano deJesús y primer responsable de la iglesia primitiva y, por ello, un testigo inmejorable, apenas aportó otro 1 % al Nuevo Testamento con su Epístola (también de dudosa autenticidad).
En fin, resulta que la mayor parte del testimonio en favor de Jesús, eso es el 79 % del Nuevo Testamento, procede de santos varones que jamás conocieron directamente a Jesús ni los hechosy dichos que certifican.
Tamaña barbaridad
Las incoherencias tremendas que cualquiera puede apreciar al comparar entre sí los cuatro evangelios canónicos, resultan tanto más chocantes y graves si tenemos en cuenta que estos textos fueron seleccionados como los mejores de entre un conjunto de alrededor
Los cuatro evangelios canónicos citan a menudo textos que son originales de algún apócrifo y los primeros padres de la Iglesia, como Santiago, san Clemente Romano, san Bernabé o san Pablo, incluyeron en sus escritos supuestos dichos de Jesús procedentes de apócrifos.
La selección de los evangelios canónicos se realizó en el Concilio de Nicea(325) y fue ratificada en el de Laodicea (363). El modus operandi para distinguir a los textos verdaderos de los falsos fu

1) después de que los obispos rezaran mucho, los cuatro textos volaron por sí sólos hasta posarse sobre un altar;
2) se colocaron todos los evangelios en competición sobre el altar y los apócrifos cayeron al suelo mientras que los canónicos no se movieron;
3) elegidos los cuatro se pusieron sobre el altar y se conminó a Dios a que si había una sola palabra falsa en ellos cayeran al suelo, cosa que no sucedió con ninguno;
4) penetró en el recinto de Nicea, el Espíritu Santo, en forma de paloma, y posándose en el hombro de cada obispo les susurró qué evangelios eran los auténticos y cuáles los apócrifos (esta tradición evidenciaría, además, que una parte notable de los obispos presentes en el concilio eran sordos o muy descreídos, puesto que hubo una gran oposición a la elección -por votación mayoritaría que no unánime- de los cuatro textos canónicos actuales).

San Ireneo (c.130-200) aportó también un sólido razonamiento para justificar la selección de los libros canónicos cuando escribió que "el Evangelio es la columna de la Iglesia, la Iglesia está extendida por todo el mundo, el mundo tiene cuatro regiones, y conviene, por tanto, que haya también cuatro Evangelios. El Evangelio es el soplo o relato divino de la vida para los hombres, pues hay cuatro vientos cardinales, de ahí la necesidad de cuatro Evangelios. El Verbo creador del universo reina y brilla sobre los querubines, los querubines tienen cuatro formas, y he aquí que el verbo nos ha obsequiado con c

Tamaña ciencia, tamaño absurdo.
Hoy, que sabemos que la Tierra es redonda y que no tiene los cuatro ángulos que se le adjudicaba al imaginarla plana, ¿cuántos evangelios debería obsequiarnos el Verbo para ponerse al día con el mundo actual?
Entonces, ¿qué autoridad puede tener una Iglesia que hoy dice basar su autoridad en unos evangelios dudosos que ella misma tuvo que avalar cuando ni ella ni los textos gozaban aún de autoridad alguna?
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